Ya uno más. Uno que llega y otro que se pasa.
Ya sé que es solo uno, como ha sido siempre, pero esta vez me da la impresión
de que llegan varios de golpe. Igual es, simplemente, que ahora es cuando más
se nota el cambio. Siempre he sabido que algún día llegaría el momento de
crecer, el momento de cambiar de etapa, de seguir hacia delante. Así, de
repente, me encuentro con que el momento ha llegado. Ha llegado y ha pasado. Y,
a lo tonto, resulta que ya tengo veintiuno.
Veintiún años, que se dicen pronto pero
tienen su historia. O mejor dicho, la mía. La historia de todo lo que soy, de
todo lo que tengo. Una historia que año tras año voy escribiendo. La historia
de mi vida. Historia que no tiene por qué coincidir con lo que siempre he
imaginado pero que no cambiaría por nada.
Es increíble la de momentos que se pueden
vivir en veintiún años. Tantos que soy incapaz de acordarme de muchos de ellos.
Lo más curioso es que cada vivencia, cada experiencia, cada persona con la que
he coincidido, han ido dejando pequeños pedacitos en mí y convirtiéndome en
quien soy ahora.
Supongo que en eso consiste crecer. En
aprender de cada cosa que te ocurre, de cada persona que conoces, de todo lo
que vives. Aprender de cada pequeño detalle e irte construyendo como quien quieres
llegar a ser. Eso mismo me ha ido pasando a mí. He ido creciendo y he ido
cambiando. Al fin y al cabo, el tiempo no deja nada intacto.
Por eso mismo, porque todo cambia, porque
nada se queda como está, me voy dando cuenta de que si tengo que quedarme con
algo, con lo mejor que me ha pasado en todo este tiempo, me quedo con las
personas. Personas que tienen cara. Personas con nombre y apellido. Esos
cientos de individuos con los que me he cruzado en estos veintiún años.
Personas con las que he hablado, me he reído, he llorado, personas de las que
he aprendido. Personas que en mayor o menor medida han tenido su pequeña
influencia en mí. Muchas de ellas siguen conmigo ahora y de otras hace mucho
que no sé nada, no me importa, todas han aportado su pequeño granito de arena.
Días como hoy me hacen pensar en todo el
mundo que tengo en mi vida. Todas esas personas que, cuando se levantan de la
cama y miran qué día es hoy, se acuerdan de mí y dedican un pequeño rato de su
día a felicitarme el mío. Días como hoy me hacen sentir afortunada y darme
cuenta de la enorme suerte que tengo. Me doy cuenta de la suerte que tengo cada
vez que viene alguien hacia mí con una sonrisa en la boca, cada vez que alguien
viene a darme un abrazo o dos besos. Cada llamada de teléfono o mensaje al
móvil me recuerda lo afortunada que soy. Y, por todo esto, hoy estoy un poco
más contenta.
No sé, hay personas a las que no le gusta
mucho cumplir años, gente que ve pasar el tiempo excesivamente rápido. Sin
embargo, si cada nuevo año va a venir acompañado de toda esta gente que me
quiere, entonces a mí no me importa crecer. No me importa porque, crecer
rodeada de estas personas es un regalo, el mejor regalo de cumpleaños que se
puede desear. Muchas gracias a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario