Hoy vuelve a pasar lo mismo, lo mismo de
todos los días. Vuelve a salir el sol y, tras un tiempo para prepararse, le
llega otra vez el momento de salir a la calle y comenzar una nueva mañana. Siempre
la misma duda, siempre la misma decisión. Tantos caminos para tomar, tantas
oportunidades cada nuevo amanecer y, al final, tantos días iguales.
Nunca le han gustado las alturas. No le han
gustado los caminos estrechos ni aquellos en los que no se ve el final. Nunca le
han gustado los sitios desconocidos o demasiado cerrados, los lugares nuevos,
lo distinto o diferente. No le gustan las cosas sin preparar, no le gusta el
desorden ni le gusta el descontrol.
Aún así, cada noche sueña con salir de ahí. Cada
noche sueña con nuevas oportunidades, con largas escapadas, con grandes
cambios. Sueña con lo mismo día tras día, entre sábanas, cojines y algún que
otro peluche. Sin embargo, cuando cruza el umbral de la puerta, los sueños
desaparecen, se esfuman y no vuelven a renacer hasta la hora de dormir de
nuevo. Y, lo peor de todo, los olvida durante el día. Es incapaz de acordarse
de ellos.
Al final ya se ha acostumbrado. Se ha
acostumbrado a ser funambulista de bajas alturas. Se ha acostumbrado a caminar
con los ojos cerrados porque ya conoce cada pequeño obstáculo del camino. Anda sin
preocupaciones ni miedos porque conoce qué vendrá después, qué llegará en cada
momento.
Puedes cruzártela cada día y siempre la verás
sonreír, pero nunca la oirás reír a carcajadas. Se pondrá contenta cuando día
tras día se cruce contigo, pero nunca se llevará grandes sorpresas. Quizás no
veas en ningún momento lágrimas caer por sus mejillas, pero tampoco sabrá qué
es llorar de alegría.
Y yo, cada vez que la veo me pregunto ¿Por
qué será que la comodidad atrae tanto?, ¿qué tendrá la rutina que siempre acaba
por rodearnos?, ¿no será, la costumbre, eso que nos atrapa, que poco a poco nos
envuelve y que con el tiempo nos va apagando?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario