lunes, 19 de mayo de 2014

Por costumbre...

Hoy vuelve a pasar lo mismo, lo mismo de todos los días. Vuelve a salir el sol y, tras un tiempo para prepararse, le llega otra vez el momento de salir a la calle y comenzar una nueva mañana. Siempre la misma duda, siempre la misma decisión. Tantos caminos para tomar, tantas oportunidades cada nuevo amanecer y, al final, tantos días iguales.

Nunca le han gustado las alturas. No le han gustado los caminos estrechos ni aquellos en los que no se ve el final. Nunca le han gustado los sitios desconocidos o demasiado cerrados, los lugares nuevos, lo distinto o diferente. No le gustan las cosas sin preparar, no le gusta el desorden ni le gusta el descontrol.

Aún así, cada noche sueña con salir de ahí. Cada noche sueña con nuevas oportunidades, con largas escapadas, con grandes cambios. Sueña con lo mismo día tras día, entre sábanas, cojines y algún que otro peluche. Sin embargo, cuando cruza el umbral de la puerta, los sueños desaparecen, se esfuman y no vuelven a renacer hasta la hora de dormir de nuevo. Y, lo peor de todo, los olvida durante el día. Es incapaz de acordarse de ellos.

Al final ya se ha acostumbrado. Se ha acostumbrado a ser funambulista de bajas alturas. Se ha acostumbrado a caminar con los ojos cerrados porque ya conoce cada pequeño obstáculo del camino. Anda sin preocupaciones ni miedos porque conoce qué vendrá después, qué llegará en cada momento.

Puedes cruzártela cada día y siempre la verás sonreír, pero nunca la oirás reír a carcajadas. Se pondrá contenta cuando día tras día se cruce contigo, pero nunca se llevará grandes sorpresas. Quizás no veas en ningún momento lágrimas caer por sus mejillas, pero tampoco sabrá qué es llorar de alegría.

Y yo, cada vez que la veo me pregunto ¿Por qué será que la comodidad atrae tanto?, ¿qué tendrá la rutina que siempre acaba por rodearnos?, ¿no será, la costumbre, eso que nos atrapa, que poco a poco nos envuelve y que con el tiempo nos va apagando?. 

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