sábado, 21 de febrero de 2015

Yo pido...

No pido tanto. No pido grandes cosas, no soy demasiado ambiciosa. Sólo pido saludos por la mañana, sonrisas de buenos días. Un desayuno para empezar bien, un café con un par de tostadas. Un despertador que no suene demasiado y que el día amanezca antes que yo; no quiero despertar de noche. Pido un poco de sol, algo de buen tiempo.




Pido algunas amistades para acompañarme en la vida. Tampoco demasiadas. No me importa la cantidad, hoy sólo pido calidad. Amistades de las buenas, de esas que sabes que siempre van a estar ahí y que no tienes miedo a perder. Personas con quienes salir de noche y despertarte por la mañana. Esas que te acompañan a tomar un café cuando necesitas un poco de tranquilidad, a salir de fiesta cuando tienes algo que olvidar y a mirar al horizonte cuando hay algo en que pensar.

Amistades que siempre te cogerán el teléfono. Personas que no se olvidan de tu cumpleaños, ni de tus fechas importantes. Esas que conocen tu película favorita y no les importa verla cientos de veces. Las que te entienden con una mirada y no siempre necesitan palabras. Personas a quienes no puedes mentir, porque ya no hay forma de engañarlas. Esas que saben qué piensas y cómo te sientes. Personas con quienes reír, llorar, gritar, hablar o cantar. Amistades de las de verdad.




Pido también alguien más especial, alguien que se quede conmigo y lo haga para siempre. Una persona que me quiera por como soy, que me conozca y me aguante. Alguien que quiera estar a mi lado, que me escuche, que me acompañe y me ayude. Que soporte mis días malos y también los buenos. Que sólo me haga llorar de risa y que me saque carcajadas de alegría. Alguien a quien echar de menos cuando esté lejos, pero nunca de más cuando esté al lado. Esa persona en quien pensar al cerrar los ojos.




Pido vecinos educados y compañeros que me respeten. Pido un helado en verano y un chocolate caliente en invierno. Un paraguas cuando llueva y una sombrilla para la playa. Un hombro en el que llorar y gente con quien reír. Una cámara con la que capturar momentos, un mapa para viajar y una brújula rota, para perderme.

Unas botas de agua, para saltar charcos. Pido comidas en familia. Tardes de sofá, libros para leer. Buzones para mandar cartas. Ramos de flores en primavera, gafas de sol en verano. Pido no perder nunca la capacidad de sorprenderme, de llorar de alegría, de dar saltos. Que llueva, que salga el sol, ver el arco iris.




Pero también pido momentos malos, para valorar los buenos. Pido echar de menos, para tener reencuentros. Trabajar mucho, para disfrutar de las vacaciones y pasar frío, para luego aprovechar el calor. Perderme, para tener que encontrarme y caerme, para poder levantarme.

Pido cosas sencillas, muy simples. Son muchas, sí, pero no complicadas. Sólo pido detalles… Y saldré a la calle cada noche de verano para ver estrellas fugaces, para pedir cada uno de mis pequeños deseos. Pero, en el caso de que sólo vea una, entonces lo tengo claro…

Pido ser feliz.






viernes, 13 de febrero de 2015

Proyectos, sueños e ilusiones.

Hoy me he levantado de la cama con ganas, no me preguntéis de qué. Tenía ganas de trabajar, ganas de hacer cosas, de adelantar trabajos. Ganas de salir a dar un paseo, de sentarme al sol a leer un libro, de montar en bicicleta. Ganas de comerme un helado, de cantar, de reír a carcajadas. Me apetecía viajar, ver las estrellas y bailar. 

Me apetecían muchísimas cosas. De repente he tenido ganas de vivir en medio del campo y también en una gran ciudad. He tenido ganas de seguir creciendo, de seguir avanzando, de conocer mi futuro. De repente me ha salido sonreír porque me he dado cuenta de que todavía no hay nada decidido, de que aún tengo todo en mis manos y de que mi futuro aún depende de mí. 



Me he dado cuenta de que tengo la costumbre de llenar mi vida de proyectos. La lleno de sueños, de metas e ilusiones. De todas esas cosas que me gustaría conseguir, que sé que me harían feliz. A veces me da por cerrar los ojos y planear. Divisar el futuro, disfrutar de él, contemplarlo y desear que llegue. Tengo claro qué es lo que me gusta, qué se me da bien, dónde podría pasarme horas trabajando sin darme cuenta. Sé qué es lo que quiero, lo tengo claro. 

Lo difícil será llegar a ello, pero tengo confianza en mí. Tengo confianza en que me atreveré a hacerlo. Confío en que seguiré mis sueños, les daré una oportunidad, lucharé por lo que espero y acabaré haciendo lo que me gusta. Sé que me voy a esforzar y sé que lo voy a intentar. Me auto-convenceré de que sólo yo decido qué va a ser de mí, de que valgo lo suficiente como para conseguirlo y de que las ilusiones están para eso, para cumplirlas. 




Prometo no conformarme con lo primero que me llegue, prometo no pensar demasiado en el dinero, ni olvidarme de los demás. Prometo seguir aprendiendo cuando acabe la carrera, seguir llamando a mis antiguas amigas, seguir disfrutando de las cosas de casa. Pero también prometo que voy a arriesgarme, que no me voy a quedar parada, que voy a seguir avanzando. 

Hoy no puedo prometer que vaya a cumplir mis sueños, no puedo asegurar que vaya a alcanzar aquello que quiero, pero sí aseguro que no voy a fracasar. A fin de cuentas, el único que fracasa es el que nunca lo intenta y yo hoy estoy dispuesta a hacerlo. 


"El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños" 
Eleanor Roosevelt

domingo, 1 de febrero de 2015

Maravillosamente milagroso

Son muchas las cosas que a lo largo del tiempo vamos perdiendo, las que se nos olvidan o las que ya no tenemos. Porque pasan los años, porque todo cambia, porque nos vamos haciendo mayores…, por distintas razones vamos dejándolas atrás. Dejamos de mandar cartas por correo, de escribir sobre papel o de pararnos a ver las estrellas. Ya no saltamos en los charcos cuando llueve, no patinamos, ni jugamos con los vecinos. La vida sigue su rumbo y todo va avanzando. Sin embargo, hay algunas cosas que nunca deberíamos olvidar, bajo ningún concepto.




Últimamente me he dado cuenta de que estamos perdiendo la capacidad de sorprendernos, y me da mucha pena. Hemos visto ya tanto que, a estas alturas, pocas cosas tienen la capacidad de dejarnos boquiabiertos. Ya no nos quedamos anonadados, pasmados, asombrados o estupefactos. Estamos tan acostumbrados a ver tantos logros, tantas cosas inalcanzables alcanzadas, tantas cosas extraordinarias convertidas en ordinarias, que nos admiramos ante muy poco.

Que el hombre ha llegado a la luna. Que podemos comunicarnos en segundos con personas en la otra punta del planeta. Que viajamos de un país a otro en escasas horas. Que pulsamos el interruptor y se enciende la luz. Que edificios de cientos de metros de altura conforman nuestras ciudades. Que tenemos el mundo a nuestros pies y no somos conscientes.




En realidad, el éxito más pequeño logrado o  el objetivo más escaso alcanzado deberían ser dignos de admiración. Pero no lo pensamos, simplemente lo aceptamos. No nos maravillamos ante el mundo en el que vivimos. No alzamos la vista, no observamos nuestro alrededor, no valoramos lo que nos rodea. No somos conscientes. Caminamos con la mirada gacha ante impresionantes edificios, vertiginosas montañas, extraordinarias esculturas, maravillosas personas y ni siquiera nos damos cuenta.

Cada día comienza con un extraordinario amanecer y termina con una fascinante puesta de sol. Miles de estrellas inundan nuestras noches y, cuando más oscuro parece estar todo, tenemos una magnífica luna alumbrándonos desde lo alto. Aviones que vuelan cada hora, pájaros que cantan cada mañana, árboles que florecen cada primavera. Sorprendentes  arco iris que de vez en cuando aparecen entre las nubes, formidables nevadas en invierno y un brillante sol que nos calienta en verano. Trenes, móviles, ordenadores. Cines, teatros, catedrales. Puentes, rascacielos, monumentos. Las cosas más increíbles son creídas sin dificultades.





El mundo es magnífico. Vivimos en un planeta sobrecogedor que día a día avanza de manera fascinante y nos permite crecer rodeados de portentosos acontecimientos. No podemos olvidarnos de la grandeza que nos rodea. No podemos avanzar sin detenernos a contemplar la majestuosidad ante la cual nos encontramos. No podemos dejar pasar el hecho de que la vida es un milagro y nosotros tenemos la inmensa suerte de formar parte de ella.