Todos mis lunes son largos. Días de esos que
voy a la uni a las ocho de la mañana y no vuelvo hasta media tarde. Días en los
que puedo bostezar cien veces, mirar al techo de clase ciento cincuenta y a la
pantalla del móvil doscientas. Días de esos que los mires por donde los mires y
los cojas por donde los cojas son monótonos. Monótonos y aburridos.
Aún así, los aprovecho para comer con mi
amiga Miriam. Entre clase y clase, estudio y estudio, libro y libro, sacamos un
ratito al mediodía para comer juntas. La verdad, no solemos hablar mucho. Creo que
llegamos tan agotadas que no nos quedan ni fuerzas para decir gran cosa. En realidad
tampoco me importa. A veces hay personas a las que conoces tanto que ya te da
igual mostrarte tal y como estás en cada momento. Por eso, si no nos apetece
hablar, pues no hablamos, pero nuestra comida sigue siendo uno de los mejores
momentos del día. Tal vez no digamos mucho pero estamos, y eso es lo más
importante.
En esto andaba yo hoy, comiendo macarrones,
con la mirada perdida, bostezando y lanzando largos suspiros, cuando Miriam me
ha dicho “¿eres consciente de que ahora mismo hay alguien divirtiéndose?" La
verdad, en ese momento sólo era consciente de que de mí no se trataba. Ella
ha seguido insistiendo, “¡Que sí!, ¿te das cuenta de que este lunes puede
convertirse en el mejor día de la vida de alguien?” Pues no sé. Es posible que
hoy alguien se levante de la cama esperando otro lunes más y éste termine
convirtiéndose en uno de los mejores días de su vida. Podría ser, pero he de
aceptar que ver a Miriam, de repente, con esa ilusión y esa sonrisa me ha
sacado de mi ensimismamiento.
Alguna vez oigo que las personas debemos ser
realistas y prácticas. Menos pájaros en la cabeza y un poco más poner los pies
en el suelo. Pero, cuando ser realista te lleva a pasarte nueve horas y media
en la universidad, ya no es que pongas los pies en el suelo, es que es el alma
misma la que se te cae hasta ahí.
Igual por eso Miriam y yo hemos empezado a
divagar mientras pasábamos de los macarrones al lomo. En esas andábamos cuando,
al comer la fruta, hemos acabado preguntándonos qué nos podría pasar hoy a
nosotras para que este lunes se convirtiera en el mejor día de nuestra vida. Desde
que nos suspendieran la clase de la tarde hasta recibir la carta para estudiar
en Howarts hemos ido pasando por múltiples posibilidades. Un viaje sorpresa a
Nueva York o que nos aprobaran directamente los ya cercanos exámenes finales
también sonaban atractivas. Así, hemos acabado nuestra comida de lunes con un
poco más de ilusión y alegría que como la habíamos empezado.
Hay días que no pintan bien. Hay días más
largos que otros. Hay días eternos. Pero, en realidad, nunca sabemos qué va a
pasar y, por muy parecidos que parezcan, dos lunes nunca son iguales. Lo más
curioso es que muchas veces todo depende de la actitud con la que nos tomemos
las cosas. Igual, en el fondo, sólo es cuestión de abrir un poco las alas y
levantar los pies del suelo. Nunca podemos imaginarnos en qué puede convertirse
el lunes más común y cotidiano, por eso mismo “seamos realistas y soñemos lo
imposible”.
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