Llevo sin escribir tantos meses
que ya no sé si me acuerdo. Supongo que es algo que nunca se olvida. Voy y
vengo, subo y bajo. A veces escribo demasiado y otras ni lo intento, pero siempre
escribo lo que siento, eso sí que no puedo evitarlo. Me sale directo y, en
ocasiones, es la mejor forma de conectar conmigo.
Están siendo días revueltos. No en
el exterior, que todo funciona perfectamente, sino dentro, donde a veces las cosas
van peor. Son días de cambios. De empezar. De terminar. De despedidas. Lleno cajas,
vacío la que ha sido mi casa los últimos dos años. Estoy en busca de un nuevo
lugar en una nueva ciudad. Un lugar al que llamar casa a partir de verano. Un lugar
que de momento no encuentro.
Sí, voy a volver a hacerlo. Voy a
volver a empezar.
Pero eso me pone nerviosa.
Soy una marabunta de nervios y emociones
que ahora mismo no sé cómo canalizar. Tenía tremendas ganas de irme, pero vaciar
el que ha sido mi hogar estos últimos dos años también me está costando.
Sé que lo que me espera es bueno.
No sé por qué, pero lo tengo claro. Pero mientras todo sean sueños e ilusiones
me cuesta verlo. Quiero irme y quiero volver al mismo tiempo. Las cosas aquí
han ido bien y a veces da miedo dejar algo que va bien por lo que supones o
sueñas que irá mejor.
Supongo que es la forma de crear
tu propia historia. Siempre he sido fiel defensora de dar saltos, atreverse y
mirar hacia delante. Coger tus cosas, cambiar de trabajo y cambiar de ciudad. Pero
justo en ese momento, cuando vas a dar el salto, es cuando llega la adrenalina,
cuando te preguntas si has hecho lo correcto.
Justo cuando vas a saltar aparece
todo. Emociones en cascada que salen de repente. Y lloro, y me río. Empiezo de
nuevo. Y me dicen, así no puedes estar. Y yo soy así, ilusión y miedo a partes
iguales. Llanto y risa. Lanzarse y arrepentirse, pero hacerlo. Cuando llegas a
la meta y ya no hay vuelta atrás, das siempre gracias por haberte atrevido.
Para mí es la única forma.
Vivir.