viernes, 31 de agosto de 2018

Aquí y allá.



Aquí y allá me parece una buena manera de resumir mi verano y, a la vez, no me gusta demasiado. Podría referirme a la suerte que he tenido de hacer viajes, tener vacaciones y disfrutar con toda la gente que quiero. Pero creo que hoy hablo más bien de mi casa o de ese lugar en el que me siento como en casa. Aquí y también allá.

Supongo que no soy la única a la que le pasa, supongo que todos los que llevan un tiempo viviendo lejos lo han pasado alguna vez. Podría decir que ahora mismo tengo la suerte de tener dos lugares en los que me siento en casa, pero eso también me hace sentir que siempre me falta algo. Lo que está allá cuando yo estoy aquí y lo que se queda aquí cuando yo me voy allá.

Y así me he pasado el verano. Haciendo maletas, yendo y viniendo, echando de menos… A veces siento que vivo echando de menos y que me es imposible tener cerca a todo el mundo que me gustaría. Me gusta sentir que puedo volver a mi casa cuando quiera y que ahí está mi familia. Me gusta sentir que el hecho de que mis amigas vivan repartidas por el mundo es la excusa perfecta para viajar. Pero la realidad es que cuando lo necesitas hay que recurrir al teléfono para mantener una conversación y que, estés donde estés, siempre te falta alguien.

Me encuentro a dos días de volver a la que es mi casa durante el curso y empezar de nuevo. La gente me pregunta si me da mucha pena irme otra vez y la verdad es que no. Tengo ganas, porque también tengo vida allí y llevo dos meses lejos. Pero sé que cuando lleve una semana allá también me apetecerá volver.

Si os digo la verdad, me parece una suerte contar con dos casas y echar de menos gente. Hace dos años aprendí que todos los lugares tienen algo bueno y que sólo tienes que buscarlo para darte cuenta de que las oportunidades suelen ser regalos de la vida y que en todos lados se pueden encontrar personas que merecen mucho la pena.

Me despido desde aquí, volveré a escribiros desde allá.

¡Feliz fin del verano! Septiembre nos espera…

lunes, 27 de agosto de 2018

Me debes un café.

“¿Cuántas historias bonitas habrán empezado con un café?
¿Recordáis cómo fue esa primera cita?
¿Los nervios que sentisteis justo antes de ese encuentro?
Esas son las cosas que nos hacen sentir vivos y que debemos guardar para siempre.
Hay cafés que se convierten en toda una vida.”


Soy incapaz de recordar todos los cafés de mi vida, pero son muchos. A veces un café es la mejor excusa para un encuentro y, para mí, cualquier excusa para compartir siempre es buena.

El otro día decidí salir a tomarme un café con mi vecina, debajo de casa. Hacía años que no quedábamos así, tranquilamente, sólo coincidíamos en entradas y salidas del ascensor, siempre con prisas. El café nos duró dos horas, hasta que tuvimos que despedirnos y aceptar que nos seguiremos viendo por el portal, corriendo, hasta decidir que de nuevo un café será la mejor excusa para parar un rato.

El café es también la mejor forma de ver durante el curso a mi amiga Isa. Cuando tenemos la suerte de coincidir un fin de semana en el que las dos hemos vuelto a casa, solemos robar un par de horas al tiempo para ponernos al día de nuevo.

Una vez me tomé un café un tanto especial en un parador y creo que todavía lo estoy saboreando…

El otro día mi prima se pidió un café con hielos en una terraza, pero nos cayó encima el diluvio universal, nos tuvimos que cambiar de sitio, y cuando el camarero logró encontrarnos para darnos los hielos, ella ya se lo había bebido caliente.

Durante el trabajo el café es la mejor excusa para parar un poco y hablar un rato con los compañeros. El café será también lo que usaré para ir mañana después de comer a visitar un rato a mis abuelos.

Tengo tantísimas historias que empiezan con un café que podría no terminar. Cafés que se alargan durante horas y conversaciones que darían para diez cafés.

Pero sí, claramente, hay cafés que se convierten en toda una vida.

jueves, 2 de agosto de 2018

Para tí

- Ya no escribes.
-Ya…
-¿Cuándo fue la última vez que escribiste algo?
-No sé…
-¿Por qué ya no escribes?
-¿Quieres que escriba?
-Sí.
Pues escribo. Para ti.



Y hoy me apetece escribir sobre agosto y los atardeceres de verano. Sobre el olor a mar y la arena pegada por todo el cuerpo. Sobre ese color más claro que coge el pelo estos meses y esas mejillas un poco coloradas. Sobre los helados que se derriten en las manos, las terrazas llenas de gente. Sobre no madrugar y meterse a la cama tarde. No saber si es martes o domingo, día veinte o veintitrés.

Me apetece escribir sobre el verano. El verano en la calle, sin entrar en casa. Verano de pelo mojado y chancletas, de toallas secándose, de vivir en bañador. De volver a ver a toda esa gente que durante el curso está lejos y ahora vuelve a casa. Verano de hacer maletas, de recorrer kilómetros y conocer nuevos lugares. De mirar por la ventanilla del coche, leer en el avión o ver la película del tren.

Sobre el verano de pueblo. El verano de no entrar en casa. De salir por la mañana, de ir a la piscina. Sentirse fresco, aunque haga calor. De hacer planes, aunque sea miércoles. De montar en bici, ir al campo, dar paseos cuando ya atardece. De salir por la noche, ver las estrellas, dormir con la ventana abierta. Jugar a cartas y juegos de mesa. Bañarse y tomar el sol, secarse y volver al agua.

Verano de casas llenas de gente. De largas comidas familiares, sea lunes o jueves. De primos y más familia. De crema de sol, aftersun, gorras y gafas. Otro verano de esos, año tras año, y a la vez un verano distinto.

Escribo para ti...

Contigo el verano suena mejor.