lunes, 25 de diciembre de 2017

¡Feliz Navidad!

Todos los años escribo en Navidad. Todos y cada uno…

Este año no va a ser menos, aunque podría serlo…

Me encanta la Navidad. Siempre me ha encantado. Pero este año no ha sido un diciembre fácil y mi espíritu navideño todavía no ha aparecido…

Todos los años ponemos el belén y el árbol en casa, mi madre pone el belén y mi hermano y yo el árbol. Este año el belén está puesto, pero el árbol sigue guardado. Todos los años escucho villancicos y este año no sé si todavía he escuchado alguno. Todos los años mando postales por Navidad y este año no habría mandado ninguna si no llega a ser por dos personillas que me echaron la bronca el otro día y me obligaron a correr a correos a última hora y esperar a ver si por suerte las postales llegaban a su destino a tiempo.

Pero independientemente de si mi espíritu navideño aparece o no, ha llegado el día veinticinco, como todos los años. Yo que siempre he sido tan navideña, me doy cuenta de que no tienen que ser unas fechas bonitas para todo el mundo. Mis problemas son mínimos comparados con los grandes problemas del mundo pero, sólo con un pequeño giro de las cosas más simples, mis ganas de fiestas, familia, villancicos y postales han disminuido.

El año 2013 me pasé mis vacaciones de Navidad estudiando. El año 2014 me fui de viaje lejos de casa por primera vez en Navidad. El año 2015 tuve que pasar las navidades en el hospital con mi abuelo y el año pasado, por primera vez, volví de lejos en estas fechas para pasar la Navidad junto a mi familia.

Cada año es una historia, cada año es diferente. Pero, pase lo que pase, las navidades nunca dejan de ser especiales… Hoy, que no me apetecen tanto como otros años, me estaba preguntando por qué me gustan tanto, qué tienen las navidades que siempre han sido mis fiestas favoritas…

Para mí la Navidad es volver a ver a toda mi familia, grandes cenas y comidas, con mucha gente, con todos los nuestros. Es juntarme con mis amigas, con las que estudian lejos o trabajan lejos y vuelven a casa. Es volver a ponernos al día, enterarnos de todo lo que nos ha pasado desde septiembre, cuando nos juntamos todas por última vez. Es mandar postales y esperar esos mensajes de sorpresa cuando, al abrir el buzón, alguien ha encontrado una de mis cartas. Es escuchar villancicos, coger la guitarra y cantarlos, ver a mis abuelos dando palmas, a mi tía tocar la pandereta y a mi padre sonreír, porque lo de cantar no le va tanto. Es dormir con mi prima, en la cama de al lado, acostarnos con ataques de risa y, a la mañana siguiente, desayunar chocolate caliente en dos turnos, porque todos no cabemos en la mesa.

Navidad es levantarme todos los días esperando ver nieve y que nunca suceda. Navidad es salir a dar paseos de noche para ver las luces y los adornos por las calles. Es quedarme en casa viendo películas navideñas e invitar a mis amigas. Es pasar diez días en casa, sin prisas porque de momento no tengo que volver a irme, sin maletas por deshacer, sin acumular planes para que me de tiempo a ver a todo el mundo antes de irme…

Las navidades son demasiado sencillas como para complicarlas, ese es su misterio. El misterio de un niño naciendo en un portal. Algo tan sencillo, tan humilde y tan fácil. Este año no pienso olvidarme de esto, que lo más grande, hoy, se hace pequeño. 

miércoles, 18 de octubre de 2017

Hoy, por fin.

Hoy llueve y acabo de hacer café.



Hoy por fin llueve. Hace casi dos meses que duermo en mi nueva habitación, que tiene el techo abohardillado, y todavía no había conseguido despertarme en mitad de la noche viendo la lluvia golpear el cristal que tengo encima de la cama. Pero hoy por fin llueve. Y no digo por fin sólo por eso, eso de hecho es lo que menos importancia tiene, pero llueve por fin y esta última semana era especialmente necesario.

Nunca me han gustado las tardes sin planes, los días vacíos ni pasar demasiadas horas metida en casa… Pero hoy por fin llueve y yo acabo de hacer café. Mientras cojo la taza caliente y me lo voy bebiendo, abro el ordenador y escucho música. Empiezo a escribir. Se oye algo de lluvia de fondo, no demasiada. Y coches, muchos coches, porque cuando llueve eso no nos lo pensamos, nos lanzamos al volante.

Hoy casi llego tarde al trabajo porque las carreteras estaban imposibles. Los niños han llegado mojados, alguno llevaba la mochila cubierta con una bolsa y hoy, por fin, he visto el perchero lleno de pequeños chubasqueros. En el pasillo se veían las huellas de todos los pies mojados que iban entrando a sus clases y hoy, por fin, hemos tenido que encender las luces para tener luz en vez de bajar las persianas para que no entre el sol.

Aún me queda media taza de café, suena otra canción, pero sigue lloviendo.

Hoy también entra poca luz en casa, a pesar de las grandes ventanas que tengo. Me he puesto calcetines para andar por aquí y he colgado en la ducha a secar el paraguas que esta mañana he tenido que coger antes de salir de casa. Voy a aprovechar para sentarme dentro de un rato en el sofá y llamar a casa. Hablar con mi padre, con mi madre e incluso también con mi abuela, porque hoy llueve y prefiero quedarme en casa. 

Hoy por fin, después de casi dos meses, voy a darme la ducha caliente antes de cenar, en vez de mañana después de desayunar. Esta tarde no voy a salir porque por fin llueve y no me apetece mojarme. Me apetece terminarme el café, seguir escribiendo, continuar escuchando música, leer un rato…

 “¿Y por qué hoy no podemos salir al patio en el recreo?” No sé cuántas veces he oído esa frase esta mañana. Pues porque hoy por fin llueve y está todo lleno de charcos.


domingo, 8 de octubre de 2017

Acostumbrarse...

Acostumbrarse a vivir lejos de casa.


Nunca creí que fuera a decirlo, pero sí. Acostumbrarse a ser más independiente, a conocer gente nueva, a viajar un poquito más, a recorrer kilómetros, a llamadas por teléfono y a findes que se aprovechan como si fueran meses.

A amigas que siguen ahí aunque no las veas, a reencuentros esperados, a muchos menos planes, pero a planes más especiales. Acostumbrarse a tener que poner un punto medio y así juntarnos todos en Madrid, aunque hayamos tenido que viajar desde Toledo, Salamanca, Segovia o incluso Pamplona.

A conocer una nueva ciudad como si se tratara de la tuya, a descubrir bares, parques, tiendas y rincones. Acostumbrarse a ver gente nueva, otras caras. A que te pregunten de donde eres, porque se te nota en el acento. A hablar de tu ciudad como nunca habías hablado antes. Acostumbrarse a tener dos casas, a echar de menos ropa cuando estás aquí, porque se te había olvidado que la tenías ahí.

Acostumbrarse a juntarte con las de siempre, pero en sitios nuevos. A conocer sus ciudades, sus nuevas compañías, sus segundas casas. A seguir hablando como si nada hubiera cambiado, aunque ahora todo sea distinto. A recordar tu ciudad cada vez que vives lejos y a contar cosas sobre tu nuevo destino cuando por fin has vuelto a casa.

A hacerte tu vida en un sitio nuevo, a encajar como siempre lo habías hecho, a crear una nueva rutina. Acostumbrarte a que tienes también vida aquí, aunque siempre sea más especial la que has dejado ahí.

A seguir haciendo planes, a continuar creciendo, a ser feliz allá donde estés. Acostumbrarse a disfrutar de todo lo nuevo.


Acostumbrarse…

martes, 3 de octubre de 2017

Octubre

Dice el Principito que caminando en línea recta uno no puede llegar muy lejos… No creo que octubre vaya a ser recto, ni mucho menos. Quizás se haga cuesta arriba pero, ¿y lo bonitas que son luego las vistas?, ¿y las fotazas que después salen?



Octubre será ese mes en el que ya me habré acostumbrado un poco más al nuevo trabajo y madrugar cada día ya pasará a ser rutina. No sé si seré la única, pero septiembre me cuesta la vida. Yo que nunca me echo siestas y en septiembre me duermo por las esquinas. Creo que este mes tendré más energía, no es muy complicado.

Este año en especial me apetecía cambiar de mes. No sé por qué no se me dan bien los nuevos comienzos y convertir lo nuevo en parte del día a día era lo que llevaba esperando desde que comenzó este curso. No se me da bien ser la nueva, empezar de cero o tener que conocer gente, simplemente espero que pase el tiempo y así, de manera natural, lo nuevo pronto dejará de serlo.

Me gustan los colores del otoño, aunque este año parezca que el verano haya venido para quedarse. Me gusta comenzar a abrigarme un poco, coger el pijama de manga larga, beber el café caliente y sentarme en el sofá con una manta.

Nunca me ha parecido que octubre fuera un mes especial, pero este año, por lo que sea, lo he cogido con ganas. Últimamente tengo la sensación de que el tiempo va más rápido que nunca, los días vuelan y los meses pronto se acaban. No sé por qué, pero tengo la necesidad de disfrutar de cada mes, de cada semana, de cada día y de cada plan.

De repente ya no me agobia pensar que no voy a volver a casa hasta dentro de tres semanas, porque para cuando me he dado cuenta, las tres semanas han pasado.

Creo que voy a aprovechar este mes, a disfrutarlo… Sea como sea, seguro que llegamos lejos. 

martes, 12 de septiembre de 2017

Nuestro pueblo

A veces me cuesta ser directa cuando escribo. Lo dejo todo un poco en el aire, hablo de situaciones, personas, momentos... Creo que hoy voy a ser un poco más concreta. Hay cosas que merecen ser guardadas, voy a intentarlo.



Hace casi un año, en noviembre, llegó uno de los momentos que estaba esperando desde que había comenzado el curso, la elección de un nuevo colegio para el curso siguiente. Llevaba dos meses trabajando a más de 500km de mi casa, en un pueblo que no llegaba a los mil habitantes, en un colegio en el que teníamos varios cursos en una misma clase, con niños que a la pregunta de “¿tienes alguna mascota?” me soltaban una retahíla que comenzaba con perros, seguía con gallinas y siempre terminaba con alguna vaca…

Así que, en cuanto me dieron la oportunidad de elegir nuevo destino, me senté en el ordenador, cogí un mapa y empecé a rodear los pueblos que más se acercan a Toledo (la ciudad en la que yo quería vivir), para evitar que mi año en mitad del campo se alargara más de lo esperado.

Nunca, en ningún momento, ni por asomo, se me pasó por la cabeza que igual ser maestra de pueblo me iba a gustar, que me iba a acostumbrar a ver ovejas desde la ventana de mi clase, a parar el coche en medio de la carretera porque un pastor y sus cuarenta vacas tenían que cruzar en ese momento o a que los niños me echaran la bronca porque “eso a lo que llamas búho, profe, es una lechuza”.

Y, por eso, por no habérmelo imaginado nunca, estoy hoy en mi nuevo piso de Toledo siendo consciente de que el año pasado viví una de las mejores experiencias de mi vida. Dicen que “la casualidad nos da siempre lo que nunca se nos hubiera ocurrido pedir”. Benditas casualidades.

Ahora sé que sin haberlo elegido, cosas que tiene el destino, tuve la suerte de caer en el mejor pueblo de España. Sin duda alguna.

Durante nueve meses llegaba cada día al colegio con las llaves, con mis dos compañeras (que enseguida se convirtieron en amigas), un poco antes de que diera la hora e íbamos abriendo todo. Llegaban los niños y llegaban los padres, y hablábamos, y nos preguntaban qué tal estábamos, y nos contaban alguna cosa… Y sin tonterías, que ya nos íbamos conociendo, había treinta niños y todos queríamos lo mejor para ellos.

Hemos trabajado mano a mano con la bibliotecaria del pueblo, que nos sacaba libros, nos traía autores, nos daba gominolas, nos llamaba al cole porque se le había ocurrido una nueva idea… Y nosotras íbamos a verla por las mañanas, por las tardes… Cuando fuera necesario. Si podíamos, en el recreo, nos escapábamos a la panadería, donde ya nos conocían, para comprar un poco de pan para el almuerzo y ya de paso lo utilizábamos también para la comida. Cada salida por el pueblo se llenaba de saludos, de abrazos de algún niño que nos veía fuera del colegio y le hacía ilusión, de sonrisas, de personas que se paraban a hablarnos un rato…

En el bar de la plaza servían las mejores aceitunas (o eso nos parecía a nosotras) y enseguida empezaron a ponérnoslas sin necesidad de pedirlas. De vez en cuando hacíamos excursiones por la zona y nos pedíamos unos bocadillos ahí, que nos los dejaban siempre a mitad de precio con el comentario de “pero esto no se lo contéis a nadie chicas, sólo por ser vosotras”. Cada vez que había algo especial en el pueblo no nos lo pensábamos, ahí estábamos nosotras.

Hemos salido en la televisión bailando en la plaza, con alguna señora del pueblo, el día de San Andrés. Hemos visto el pregón de fiestas desde el balcón del ayuntamiento y nos hemos hecho nuestras propias camisetas (la ocasión merecía). Éramos las primeras en enterarnos de todo lo que pasaba (es lo que tiene trabajar con niños) y la gente nos saludaba cuando nos veía en el recreo haciendo patio. De vez en cuando recibíamos visitas en el colegio de gente del pueblo que siempre nos hacían ilusión. Cada vez que se nos ocurría algo para hacer con los niños fuera del colegio, llamábamos a alguien del ayuntamiento y en un abrir y cerrar de ojos teníamos ahí todo preparado. El día que organizaron una carrera en el pueblo y sobraron decenas de yogures nos los trajeron al cole “para que almuercen los niños y, de paso, unas pastas para que acompañéis un poco”.

Hemos montado en caballo en medio del pueblo. Hemos cogido espárragos. Hemos acariciado burros, hemos aprendido qué son las corujas y cuándo es la temporada de ir a por setas. Nos hemos alquilado una casa ahí, porque ya estamos más lejos pero no nos cansamos de volver. Tenemos miles de fotos con el monumento que está situado en medio de la plaza, un día a mis compañeras se les ocurrió que debían tatuárselo y allá por mayo se lo hicieron…


Porque sí, porque ya no es “el pueblo”, ahora es nuestro pueblo



viernes, 25 de agosto de 2017

Verano de viajes

“Recordamos para no olvidar”



Ahora sí que sí, después de dos meses de vacaciones sin parar, de un lado para otro, ya estoy en casa. Solamente me queda la última semana, antes de coger ese tren, para aprovechar el máximo de tiempo sintiéndome aquí, sin nada nuevo ni grandes cosas, simplemente en casa.

Cuando comencé las vacaciones y volví, tenía tantas ganas de estar en casa que comencé a arrepentirme de todos los viajes que había preparado para mi verano. Yo, allá por abril, en un ataque por querer conocer mundo y un poco de movimiento, decidí que si me había pasado todo el curso trabajando sin parar, ahora me merecía un verano viajando sin parar. Pero cuando llegó el 1 de julio y me vi con una agenda muy apretada, mucho calor y ganas, únicamente, de sentarme en el sofá y bañarme en la piscina, comencé a arrepentirme.

Hoy, cuando por fin encuentro una semana para estar en casa (semana que cojo con muchas ganas, no vayamos a engañarnos) sólo me apetece recordar todo lo vivido (para no olvidar) y soy consciente de que lo mejor que me ha podido pasar, sin duda alguna, ha sido viajar.

Creo que viajar es una de las grandes maravillas que tenemos en nuestra mano y lo digo yo, que me monto en un avión y me pongo a llorar, no puedo evitarlo, me da un terrible miedo, pero me aguanto y me monto.

Estos dos meses he tenido la suerte de conocer lugares de España, Portugal, Francia y Suiza. No me he ido muy lejos, pero he recorrido kilómetros y, aunque las culturas no son demasiado distintas, he aprendido de otras costumbres. Tenemos el mundo lleno de lugares, personas, ciudades, culturas… por conocer y cualquier oportunidad de salir de casa, moverse, empaparse de otras costumbres, hablar con gente diferente… Es un regalo.

Creo que tengo síndrome post vacacional incluso antes de terminar mis vacaciones. Echo de menos subir montañas, correr para conseguir una ducha libre, andar por la orilla del mar, desayunar en una terraza, oír el ruido de las olas, salir a dar un paseo después de cenar, ver cómo cada día me pongo un poco más morena, cantar noche tras noche en un karaoke…  Creo que lo que he vivido este verano no lo olvido tan fácil y septiembre llegará para recordármelo... Así que estos días mientras preparo un álbum de fotos y hago un vídeo resumen de todos estos viajes, busco por internet destinos para el año que viene.

Definitivamente, seguiré viajando.


domingo, 20 de agosto de 2017

B A R C E L O N A.

Hace algo menos de dos años, después de unos terribles atentados en París, me uní a una iniciativa y escribí una entrada en la que hablaba de mis 50 razones para vivir. Podría volver a hacerlo hoy y escribir 50 diferentes o incluso 100. De hecho, cada vida robada podría haber escrito sus 50, 100, 200 o 5000. Pero no me apetece. No me apetece dar razones por las cuales nadie debería acabar su vida antes de lo establecido porque, sinceramente, me parece algo demasiado básico. Demasiado básico afirmar que nadie tiene derecho a matar, a arrebatar lo más valioso que tenemos, la vida.

Y me enfado, y me pongo de mal humor, y me cabreo y no lo entiendo.



Siempre he pensado que Barcelona es una de las ciudades más bonitas. Yo también he paseado por las ramblas, me he sacado una foto junto a la estatua de Colón, con el mar de fondo, he estado sentada en la Plaza Cataluña y me he bebido un zumo de frutas en el mercado de la boquería.

Yo también soy cada persona que el otro día paseaba por esa calle en una tarde de verano. Yo he sido cada una de esas vidas, simplemente tuve la suerte de hacerlo hace dos meses en vez de hace tres días.

Yo también grito hoy que no tengo miedo, aunque no es del todo cierto. Ahora voy a un concierto abarrotado de gente y no puedo evitar pensarlo, pero sigo yendo. Disfruto de los sanfermines, como he hecho toda mi vida, pero salen conversaciones “¿y si…?”. Me sigo yendo de vacaciones, visito grandes ciudades, voy a los monumentos famosos, pero ahí queda la duda, un pequeño atisbo de miedo, de algo que puede pasar, aunque al final no pase…

Supongo que es otro tipo de miedo. El miedo que ya existe, luchando contra la valentía de seguir haciendo lo mismo que hemos hecho siempre. Lo mismo, porque ni ellos ni nadie nos van a arrebatar nuestra manera de vivir la vida. Nuestra manera de viajar, de pasear, de disfrutar… De luchar por nuestras 50 razones para vivir y ahora, también, por las razones de vivir de todas esas personas que, cobardemente, mientras hacían lo que siempre han hecho, han sido asesinadas.

lunes, 7 de agosto de 2017

En la cima

Justo me ha dado por escribir sobre mi verano hoy, que me asomo por la ventana y está nublado, que probablemente tenga que salir a la calle con pantalón largo y una chaqueta… Pero es lo que tiene el norte y, después del junio que me pasé por tierras toledanas, no me voy a quejar de un día sin sol.

No sé cuántas maletas llevo hechas ya desde que comencé las vacaciones, cada vez las hago más rápido y cada vez me da más pereza. Estoy bastante morena, pero soy tan blanca que nadie se da cuenta. Se me ha aclarado el pelo un montón, pero desde la mitad hasta las puntas, y la gente se cree que me he hecho californianas… Creo que hace unos días hice feliz a un mosquito, porque estoy llena de picotazos, de la cabeza a los pies. Tengo las piernas de un niño de cinco años, llenas de cicatrices, heridas, postillas y moratones (es lo que tiene llevarlas al aire). Y tengo fotazas, eso sí, de estas semanas que llevo de verano.

He viajado a sitios que me han encantado, he dormido durante diez días en una tienda de campaña, me he duchado con agua fría, he ido a la piscina, he conocido gente nueva, he pasado tiempo con mi familia, he patinado, he acampado en los Alpes a 2500 metros de altitud, me he bañado en río, lago, playa y piscina… Estoy exprimiendo mi verano, aprovechando mis dos meses por casa, reencontrándome con mis amigas, disfrutando del tiempo con la gente que de verdad importa.

Dentro de mi aventura por los Alpes, el jueves 27 de julio, llegamos a la cima de un monte de 2922 metros de altitud (que ya sé que tampoco es el Mont Blanc, pero ahí está y hay que llegar) y nos encontramos con una frase escrita que decía: 

“Mettre ton coeur au sommeil”. Pon tu corazón en la cima.






Apunta a lo más alto. Ahora y siempre. Disfruta de tu tiempo, de los tuyos. Y así, siempre, siempre, siempre, pon tu corazón en la cima. 

lunes, 3 de julio de 2017

¡Recopilando!

¿Cómo recopilar en un solo post todo lo que he vivido este curso?



Creo que podría hacer un resumen, hablar un poco de todo, contar anécdotas, mencionar personas… Pero cuando vives tanto, tanto, tanto, y escribes tan, tan, tan poco, intentar meter todo en un post se me hace imposible. Más que nada porque sé que nunca podría llegar a expresar todo lo que he vivido y siempre me quedaría corta.

El año pasado me cambió bastante la vida. Se me cambiaron los planes por sí solos y tuve que aceptar que esa salida de casa “temporal”, ese vivir en otro sitio “durante un tiempo”, iba a hacerse más largo de lo que yo había pensado. Que no sé cuándo podré volver y que, además, no sé si, cuando pueda, querré hacerlo.

Creo que esa ha sido una de las grandes lecciones que he aprendido este año. Dejarse sorprender. A veces la vida lleva otro ritmo, otra velocidad y las cosas ocurren sin que tú puedas hacer nada para remediarlo. A veces tus planes para la vida cambian porque, simplemente, la vida tiene otros planes para ti.

Irme lejos de casa, comenzar un nuevo trabajo, ir a una ciudad en la que no conoces a nadie, en la que nunca has estado, en la que nunca has pensado, en la que nunca, nunca, nunca te habías imaginado… Ha sido, sin duda, lo mejor que me había podido pasar.

Y llega el 3 de julio, y termina la experiencia, y te pones a pensar… Y resulta que ahora ya no lo ves como estar lejos de casa, ahora sabes que tienes otra casa, aunque esté un poquito lejos. Ahora resulta que tienes el mejor trabajo del mundo y que, gracias a eso, has conocido a personas increíbles.

Vuelvo a estar en casa, donde siempre y con los de siempre, pero pienso en todo lo vivido y no puedo ser más feliz. En septiembre sé que me espera un nuevo lugar, nuevas personas y una nueva ciudad (otra vez…), pero ahora ya no me da tanto miedo. Ahora sé que pase lo que pase, la experiencia merecerá la pena.

Dos meses para asentar todo lo vivido, para disfrutar con los de siempre, para sentirse en casa de nuevo…


¡Veranazo que nos espera!

jueves, 23 de marzo de 2017

Los tiempos

En lo que llevo de curso creo que he oído más veces que en toda mi vida frases del tipo “pero eres muy joven…”, “pero con todo lo que aún te queda por vivir…”, “pero qué joven eres para…” y un largo etcétera que se repite cada vez que conozco a alguien y le explico qué hago, dónde vivo, de qué trabajo y todas esas cosas.



Sinceramente, no creo que se sea muy joven o muy mayor para algo, creo que cada persona tiene sus tiempos. Nunca he pensado demasiado en si tengo pocos o muchos años para hacer algo. Si tengo pocos o muchos años para viajar, si tengo pocos o muchos años para irme a vivir fuera de casa, si tengo pocos o muchos años para prepararme unas oposiciones…

Creo que la vida de cada persona va marcando sus propios momentos y que cada uno tiene su propio ritmo. El otro día me decía mi amiga Maite que, a tres meses de terminar la carrera, la mayoría de sus compañeros ya han conseguido un trabajo para el año que viene, pero que ella todavía no se sentía como para buscar trabajo, no sabía qué quería, no se veía en el mismo lugar que ellos… Y claro, todo eso le agobiaba. Que lo entiendo, que agobia, pero no pasa nada.

No es malo pararse a ver qué se quiere y olvidarse un poco del qué toca ahora. Y es que a veces parece que la vida tiene que llevar un ritmo fijo. El momento en el que debemos empezar la universidad, el momento en el que hay que empezar a trabajar, el momento en el que la gente se empieza a casar…

Pero la verdad es que nadie es más por conseguir algo antes y nadie es menos por conseguir algo más tarde. Las personas son lo que son y lo son cuando son, más allá de la edad. Cada uno tiene su historia, su situación personal, su camino, su vida y sus tiempos.

Entiendo que hay cosas que pueden sorprender, pero no creo, para nada, que salirse del “momento” sea malo. En realidad, sólo se trata de conocerse a sí mismo y seguir el propio ritmo. Lo importante es saber qué quieres hacer en cada momento y entender que nunca es demasiado pronto para dar ese paso, pero que, por suerte, generalmente tampoco suele ser demasiado tarde. 

miércoles, 22 de marzo de 2017

Un poco de campo...

Últimamente me ha dado por el campo, la montaña… Y eso que hace dos años, cuando estaba a punto de terminar la carrera y soñaba con qué haría meses después, me daba por verme en alguna gran ciudad, echando currículums por Madrid y trabajando por allí.

Pero como nunca se sabe y la vida nunca deja de sorprender, resulta que dos años después he terminado donde nunca hubiera pensado. Ahora mi trabajo se sitúa en un pequeño pueblo, rodeada de campo, montañas, animales y naturaleza… Y yo que ya me veo cual protagonista de una novela, lejos de todo y perdida entre árboles y piedras, no puedo sacarme el campo de la cabeza.




De repente, ir al campo se convierte en uno de mis planes más deseados. Hacer una barbacoa, ponerme ropa cómoda, salir a andar, hacer fotos desde lo alto, montar en bici… Ahora que llega la primavera, salir de la ciudad y estar en un pueblo se me mete en la cabeza y es lo que más me apetece hacer en mi tiempo libre.

A veces resulta que lo que nunca hubieras pensado te sorprende y te regala una nueva forma de pasar el tiempo. Me apetece sol, aire, flores, campo y montaña. De momento parece ser que esta primavera la pasaré al aire libre, esperemos que el tiempo acompañe, ya os seguiré contando por dónde van los tiros…


viernes, 17 de febrero de 2017

Lo sencillo

Hoy llevo todo el día pensando en las cosas sencillas y no me lo puedo quitar de la cabeza. Quizás es porque llevo un mes de locos, de un lado para otro, no paro ni dos minutos y no tengo tiempo para nada. A estas alturas lo único que me apetece es parar, reconectar… y pienso en las cosas sencillas, esas que me hacen feliz porque sí, porque todo es más fácil y mucho más simple.

No puedo parar de pensar en estas navidades, que me fui a pasar unos días fuera, rodeada de campo, sin maquillaje, ni secador para el pelo; y, la verdad, no necesitaba más… Eso son cosas sencillas.






La gente natural es algo sencillo. Sin segundas, ni complicaciones. Que se ríe de las cosas que le pasan, que se dedica a disfrutar de los suyos, a ser feliz con lo que tiene y que se aleja de los problemas. Rodearse de personas así hace todo más simple.

Una flor es algo sencillo. Ir a trabajar todos los días rodeada de campo es mucho más sencillo. Salir de casa sin preocuparte demasiado por cómo vas o a quién verás. Para mí, ir a los sitios en bici es sencillo y salir a pasear porque sí, porque quiero tomar el aire y me apetece andar un rato, también.

Trabajar con niños es sencillo y creo que ellos también me hacen ver las cosas de otra manera. Disfrutar del día a día, aunque sea lunes y aún quede toda la semana por delante. Los árboles, el campo o vivir en un pueblo son cosas sencillas. Saludar a la gente, hablar con diferentes personas, conocer vidas nuevas e interesarse por los demás, es sencillo.

Sacar fotos, reírse de las cosas que pasan, hacer deporte y comer una hamburguesa.

Hoy tengo ganas de cosas sencillas, no se trata de pereza o de querer simplificar todo, se trata de que las cosas pequeñas son las que hacen la vida más fácil y creo que tampoco hemos venido aquí a complicarnos demasiado la existencia, ¿no?


¡Disfrutad del finde!