viernes, 25 de abril de 2014

Entre tantas cosas...

Abro sus tapas y me lo llevo a la nariz. Me encanta este olor. Olor a páginas, olor a letras, olor a miles de historias. Lo cojo con dos dedos, me da miedo estropearlo. No quiero doblar sus hojas ni romper las esquinas. Siento como si aún pudiera mancharme con la tinta, como si estuviera recién sacado de la impresora. Creo que sus hojas aún están calientes, no sé, igual es solo mi impresión.

Es raro porque ni siquiera es nuevo. Es más, en los bordes puedo ver ya las primeras manchas amarillentas. Algunas puede que hayan salido por el paso de los años pero seguro que otras no. Cada mancha me cuenta una historia.

Ésta puede ser una mancha de café. Un café a media mañana que entre largas horas de trabajo disfrutó un poco de estas letras. Quizás la siguiente, un poco negruzca, es la mancha de una lágrima acompañada por restos de rímel que se escurrió entre las páginas. Una lágrima emocionada por la bonita historia que éstas escondían. La otra será un poco de barro, igual a alguien se le cayó al suelo. La siguiente será la mancha de un niño que encontró a su paso este libro y lo adornó con un breve garabato. La otra es chocolate, también veo un poco de carmín, quizás ésta sea una gota de lluvia. Miles de historias que rodean una sola.

Quiero empezarlo pero disfruto un poco más de este momento. Una nueva historia por conocer, cada frase leída pasará a formar parte de mí. Viajaré. Viajaré a nuevos lugares y conoceré nuevas personas. Personajes con los que sentirme identificada y otros con los que no. Puede que llore, es posible que me ría. ¿Y si no termina bien? Quizás no me guste su final.

Igual me engancha. Me engancha de tal modo que no quiero dejar de leerlo. Es posible que esta semana llegue a casa y antes de quitarme el abrigo ya lo tenga entre mis manos. Puede que estos días se convierta en mi más cercano compañero.

Creo que va siendo momento de empezarlo. Vuelvo a olerlo de nuevo. Quién sabe qué me contará. Quién sabe cuántas personas lo habrán leído, quién lo habrá tenido entre sus manos. Quizás me enganche. Puede que me diga muchas cosas. A partir de ahora será una historia escrita para mí. Para mí y nadie más.

Y, entre tantas cosas, un libro. 




martes, 22 de abril de 2014

Pequeñas chispas



 “Los grandes incendios nacen de
 las chispas más pequeñas


No me gusta mucho el mundo en el que vivimos. Y no hablo del mundo a gran escala, no. No hablo de la corrupción, los asesinatos, la pobreza o el hambre (cosas que lógicamente tampoco me gustan). En este caso hablo del mundo a pie de calle. El mundo en el que nos encontramos día a día, el mundo que protagonizamos, el mundo del que somos actores principales. Este mundo que nosotros mismos estamos construyendo, el que está en nuestras manos.

Porque nos quejamos mucho de los grandes males que las grandes personas crean en este nuestro gran mundo. Pero, generalmente, no nos damos cuenta de que a pequeña escala, con males más chiquititos, cosas que se notan menos, nuestro pequeño mundo es igual de malvado.

El mundo a gran escala va mal, pero a pié de calle tampoco está mejor. Hablar mal de los demás, aprovecharnos de otros, quejarnos a todas horas, mirar a la gente por encima del hombro o centrarnos en nuestra propia vida sin pensar en la de los demás se nos da genial. Vamos, somos expertos.




Somos más de 7000 millones de habitantes en el mundo y gente mala hay de sobra, lo que hace falta es gente buena. Muchísima falta hace. Se necesitan buenas personas. Personas buenas de verdad. Y caes en un error si te piensas que con la bondad se nace. Las buenas personas no nacen, las buenas personas se hacen.

Yo, personalmente, necesito en mi pequeño mundo personas buenas. Personas de esas que no se molestan por hablar mal de los demás. Personas que son conscientes de que no son perfectas, que saben que hay gente peor pero también gente mejor, que lo aceptan y que luchan por superarse. Personas que saben sonreír por encima de todo, que comparten su alegría aún cuando parece que nada les queda.

Yo necesito a estas buenas personas porque, cuando me rodeo de ellas, me dan ganas de ser mejor. Cuando alguien me sonríe me entran ganas de sonreír. Cuando alguien me habla bien de otra persona se me quitan las ganas de hablar mal. Porque la bondad, la alegría, la humildad, las cosas buenas de verdad, son contagiosas.




Y así, sonriendo crearemos más sonrisas. Intentando ser buenos despertaremos ganas en otras personas de ser mejores. Encendiendo pequeñas chispas en nuestro pequeño mundo crearemos pequeños incendios. Qué más me da a mí que la gente se aproveche de otros. Bastante me importa si lo que se lleva es el egoísmo. A mí lo que de verdad me gusta son las buenas personas y yo quiero ser una de ellas.

Quizás no lleguemos a ser buenas personas hasta que nos demos cuenta de lo difícil que es intentar ser mejores. Intentar ser bueno es una continua lucha contra uno mismo. No es fácil pero, aún así, yo voy a intentar encender mi pequeña chispa. Quizás tú también puedas encender la tuya. Pequeñas chispas de esperanza que poco a poco van alumbrando el mundo.


jueves, 10 de abril de 2014

Bienvenida primavera

Ya estamos inmersos en una nueva estación, la primavera, la estación de las flores. Días primaverales en los que el sol brilla pero todavía hace frío. La primavera, la estación del nacimiento. Donde el invierno deja troncos muertos, árboles secos, pobres jardines, la primavera vuelve a traer vida. En las ramas de los árboles, hasta ahora desnudas, se empiezan a ver crecer las primeras hojas. Las flores se animan a ir cubriendo los jardines. Los pájaros vuelven a invadirnos de nuevo, construyen sus nidos, se les puede oír de fondo.

Levantarnos por la mañana y que ya haya amanecido. El sol se va asomando lentamente entre los edificios y las farolas ya están apagadas. Salimos a la calle y hace fresco, más bien frío, pero se respira el aire primaveral, en unas horas el sol calentará, calentará mucho. Toca cambiar el coche por la bici, menos autobuses y más paseos.




El paraguas ya se queda encerrado en casa (aunque sin olvidar que “en abril, aguas mil”). Adiós a los guantes, gorros y bufandas. Vuelven al fondo del armario hasta el próximo invierno. Ahora es tiempo de sacar las gafas de sol. Tiempo de cambiar los gordos jerséis, las botas y plumíferos por chaquetas, zapatillas y cazadoras.

Las terrazas de los bares se llenan de gente, las calles están repletas de personas paseando. Vuelven a abrir sus puertas las heladerías. Menos chocolate caliente y más granizados, menos cafés y más batidos. Cuesta encontrar un banco libre para sentarse porque todos están repletos de personas que ya abandonan los sofás de casa. Los hierbines se llenan de cuadrillas que comparten conversaciones sentados sobre la fresca hierba. Se pueden ver niños jugando por todos lados.




El sol todavía no calienta excesivamente y se pueden aprovechar sus rayos. Los días se alargan. Es como si les añadiéramos alguna hora de más. Todo parece antes, a las ocho todavía es pronto, todavía se aguanta en la calle, aún se puede estar tomando algo. Es tiempo de llegar a casa más tarde, aunque al día siguiente toque madrugar. La noche dura menos y hay que aprovechar al máximo las horas de luz.

Y, con todo esto, el buen humor inunda las calles. Los días se presentan de otra manera, todo se ve mucho más positivo. Ya está sobrepasado el invierno, se acabaron los oscuros días y el frío helador. Ahora florece de nuevo la primavera y nos anuncia que otro curso va tocando su fin y, ya pronto, llegará el verano.





lunes, 7 de abril de 2014

Pasa el tiempo...

El paso del tiempo es algo incomprensible para mí. Bueno, en sí me parece algo fascinante. No existe en este mundo cosa más exacta. Una hora compuesta por sesenta minutos, un minuto compuesto por sesenta segundos. Nada más preciso y puntual que el tiempo.




Y, de la misma manera que no hay nada más preciso, tampoco hay nada más inevitable. Los años pasan y nada se puede hacer ante esto. Día tras día, año tras año, vas creciendo y, aunque muchas veces no quieras hacerlo, no te queda otra. Puedes estancarte y negar el paso del tiempo, pero estarás auto engañándote porque los años no pasan solos, los años te llevan con ellos.

Es curioso, puede que te hayas pasado la infancia queriendo crecer, soñando cómo serás cuando seas mayor pero, cuando llegas a serlo, darías lo que fuera por volver a ser pequeño. La verdad es que esperar la llegada del futuro no tiene mucho sentido porque, al final, acabará llegando.

Así, deseando crecer, mirando al futuro, soñando qué traerá, acabas encontrándote con que ya ha llegado ese día. Ya has crecido, ya estás en ese futuro hacia el que dirigías tu mirada y ya no eres un niño. No sabes exactamente cuándo sucedió. No sabes cuándo creciste, ni cuándo cambiaste de etapa, pero ya lo has hecho y no hay vuelta a atrás, ya eres mayor.




Ya no vas al colegio ni juegas al escondite. Ya no son tus padres quienes deciden por ti, ni están a todas horas diciéndote qué hacer. Ya no basta con jugar en el recreo para mantener a los amigos. De repente te encuentras con que toda tu vida cuelga de tus manos. De tus manos y de las de nadie más. Otras personas te podrán ayudar pero tu futuro depende sólo de ti, de lo que tú quieras y de lo que tú hagas.

A veces esto puede dar vértigo. Da vértigo pensar que te has convertido en una persona hecha y derecha. Una persona autosuficiente que quizás depende de muchas otras pero que no cuelga de nadie. Ahora estás tú, tú y nadie más.

Tendrás que aprender a quererte, a aceptarte como eres y luchar por mejorar. Tendrás que entender que estás rodeado de gente pero tu vida es tuya y ya nadie va a decidir por ti. Ya ha llegado el momento de avanzar solo. Estarás rodeado de personas pero no podrás ir de la mano de nadie.

Sin embargo, lo más importante es entender que ha sido un gran paso, un cambio enorme, pero no el último. Ya no eres niño pero todavía estás creciendo. El tiempo nunca para, el tiempo sigue avanzando y, si no quieres quedarte atrás, tendrás que aprender a avanzar con él.