“¿Cuántas historias bonitas habrán empezado con un café?
¿Recordáis cómo fue esa primera cita?
¿Los nervios que sentisteis justo antes de ese encuentro?
Esas son las cosas que nos hacen sentir vivos y que debemos guardar
para siempre.
Hay cafés que se convierten en toda una vida.”
Soy incapaz de recordar todos los
cafés de mi vida, pero son muchos. A veces un café es la mejor excusa para un
encuentro y, para mí, cualquier excusa para compartir siempre es buena.
El otro día decidí salir a
tomarme un café con mi vecina, debajo de casa. Hacía años que no quedábamos
así, tranquilamente, sólo coincidíamos en entradas y salidas del ascensor,
siempre con prisas. El café nos duró dos horas, hasta que tuvimos que despedirnos
y aceptar que nos seguiremos viendo por el portal, corriendo, hasta decidir que de
nuevo un café será la mejor excusa para parar un rato.
El café es también la mejor forma
de ver durante el curso a mi amiga Isa. Cuando tenemos la suerte de coincidir
un fin de semana en el que las dos hemos vuelto a casa, solemos robar un par de
horas al tiempo para ponernos al día de nuevo.
Una vez me tomé un café un tanto especial
en un parador y creo que todavía lo estoy saboreando…
El otro día mi prima se pidió un
café con hielos en una terraza, pero nos cayó encima el diluvio universal, nos
tuvimos que cambiar de sitio, y cuando el camarero logró encontrarnos para
darnos los hielos, ella ya se lo había bebido caliente.
Durante el trabajo el café es la
mejor excusa para parar un poco y hablar un rato con los compañeros. El café
será también lo que usaré para ir mañana después de comer a visitar un rato a
mis abuelos.
Tengo tantísimas historias que
empiezan con un café que podría no terminar. Cafés que se alargan durante horas
y conversaciones que darían para diez cafés.
Pero sí, claramente, hay cafés
que se convierten en toda una vida.
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