Cambios.
Este post tenía que empezarlo así, porque si
de algo ha tratado este septiembre ha sido de eso, de cambios. Cambio de
trabajo, cambio de ciudad. Casa nueva, coche nuevo, nueva gente. Y los cambios
siempre, siempre, siempre, traen un remolino de nuevas cosas que primero hay
que asentar y después ya expresarlas. Por eso hoy, veintiún días después, puedo
sentarme en el ordenador y escribir por fin sobre esto.
Los inicios siempre son extraños. Cuando a
finales de agosto parecía que me iba a quedar en casa, sin nada que hacer, me
vino la tristeza total porque yo me quería mover. Cuando dos días después me
llamaron y me dijeron que me movía volví a ponerme triste, porque en casa, todo
hay que decirlo, se vive muy bien.
Pero todo tiene sus cosas, el lado bueno
existe y ahora puedo decir que estoy contenta. No es la ciudad de mis sueños,
ni por asomo, pero empieza a gustarme. Y empieza a gustarme porque, antes de
escribir esto, he comido baratito en un sitio que estaba bastante bien, me he
recorrido un corte inglés, me he bebido una piña colada en una terraza con
música de fondo y, para no ser una gran ciudad, no ser bonita, ni tener gran
cosa, esto no pinta nada mal.
Lo de vivir sola al principio tampoco me
gustaba. Todo iba bien hasta que tenía que meterme al piso sin compañía o hasta
que tenía que intentar dormir. Digo intentar, porque lo suyo me costaba. Pero ahora
empieza a gustarme mucho y creo que me estoy acostumbrando. Vivir sola tiene
sus ventajas y yo empiezo a verle muchas.
Sumado a todo esto que me flipa mi trabajo,
la cosa no ha empezado mal.
Los cambios siempre asustan y a veces incluso
cuestan, pero las cosas nunca son tan complicadas como parecen, a veces las
complicamos nosotros. Yo he decidido hacerlas un poquito más fáciles, restarles
importancia, verles el lado bueno y disfrutar de este curso… Porque está claro
que en junio acabará la experiencia y seguro que entonces echaré todo esto de
menos.