jueves, 13 de septiembre de 2012

Adicciones innecesarias

Hoy he quedado con mis amigas, tenía bastantes ganas de verlas y hablar con ellas. Cuando he llegado me las he encontrado sentadas en un banco, cada una con su móvil. La verdad, esto no me ha extrañado mucho (empiezo a acostumbrarme), pero si me ha sorprendido el hecho de que estuvieran hablando en el mismo grupo de whatsapp, ¡entre ellas!. Últimamente esto se ve con bastante frecuencia. Las personas no se separan de su teléfono para nada; se lo llevan a la mesa, al baño, a clase… Entiendo que estando solo y aburrido, el móvil es un gran recurso. Puedes hablar continuamente con cualquiera, te permite mantener el contacto con amigos lejanos, estar al tanto de todo lo que les ocurre a las personas que te rodean y tantas otras cosas. Pero, el problema llega cuando el teléfono sustituye las conversaciones en persona, cuando estás con alguien y en vez de hacerte caso tiene los ojos fijos en una pantalla. Estoy convencida de que existe un problema muy grande de adicción al móvil y lo pienso cada vez que quedo con mis amigas y en vez de hablarse en persona se hablan por mensajes, cada vez que estoy en la universidad y veo como mis compañeros en vez de atender al profesor se pasan la clase con el teléfono debajo de la mesa, cada vez que cuando alguien tiene algo importante que decirme me lo dice por whatsapp. Es una pena que un aparato así esté sustituyendo las conversaciones personales y que no sepamos vivir tranquilos sin estar pendientes de si alguien nos ha llamada o mandado un mensaje. Las cosas en su justa medida están muy bien, pero se empieza a crear un problema cuando las usamos más de lo necesario.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Historias de una vida

Hoy he estado comiendo en casa de mis abuelos. Me gusta mucho reservar un día de la semana para compartirlo con ellos. Hemos estado hablando de varias cosas, que si la universidad, el comienzo del curso… y como muchas veces pasa, la conversación ha desembocado en historias del pasado. Ahora que me paro a pensar en ellas me doy cuenta de la lección que me han ido enseñando a lo largo del tiempo. Conforme vamos hablando puedo comprender la suerte que tengo de tener en el plato toda la comida que quiera, mientras que mi abuela comparte conmigo sus recuerdos de los diez hermanos alrededor de un pequeño puchero. Observo también que mi abuelo no se podía permitir algo tan sencillo como una pieza de fruta y con suerte andaba algunos kilómetros para ir al huerto y llenar un cesto con melocotones. Así, me han ido transmitiendo lo afortunada que soy y he visto lo mucho que han cambiado las cosas desde que ellos eran niños. Mis abuelos no tienen muchos estudios pero con su experiencia me han ido enseñando enormes lecciones de vida. Me pregunto qué pasará cuando nos toque a nosotros. Qué tendremos para enseñar a nuestros nietos. Cuáles serán nuestras historias de vida para compartir alrededor de la mesa. No lo sé, la verdad, pero tampoco hay prisa por descubrirlo, el tiempo lo dirá todo.