lunes, 7 de agosto de 2017

En la cima

Justo me ha dado por escribir sobre mi verano hoy, que me asomo por la ventana y está nublado, que probablemente tenga que salir a la calle con pantalón largo y una chaqueta… Pero es lo que tiene el norte y, después del junio que me pasé por tierras toledanas, no me voy a quejar de un día sin sol.

No sé cuántas maletas llevo hechas ya desde que comencé las vacaciones, cada vez las hago más rápido y cada vez me da más pereza. Estoy bastante morena, pero soy tan blanca que nadie se da cuenta. Se me ha aclarado el pelo un montón, pero desde la mitad hasta las puntas, y la gente se cree que me he hecho californianas… Creo que hace unos días hice feliz a un mosquito, porque estoy llena de picotazos, de la cabeza a los pies. Tengo las piernas de un niño de cinco años, llenas de cicatrices, heridas, postillas y moratones (es lo que tiene llevarlas al aire). Y tengo fotazas, eso sí, de estas semanas que llevo de verano.

He viajado a sitios que me han encantado, he dormido durante diez días en una tienda de campaña, me he duchado con agua fría, he ido a la piscina, he conocido gente nueva, he pasado tiempo con mi familia, he patinado, he acampado en los Alpes a 2500 metros de altitud, me he bañado en río, lago, playa y piscina… Estoy exprimiendo mi verano, aprovechando mis dos meses por casa, reencontrándome con mis amigas, disfrutando del tiempo con la gente que de verdad importa.

Dentro de mi aventura por los Alpes, el jueves 27 de julio, llegamos a la cima de un monte de 2922 metros de altitud (que ya sé que tampoco es el Mont Blanc, pero ahí está y hay que llegar) y nos encontramos con una frase escrita que decía: 

“Mettre ton coeur au sommeil”. Pon tu corazón en la cima.






Apunta a lo más alto. Ahora y siempre. Disfruta de tu tiempo, de los tuyos. Y así, siempre, siempre, siempre, pon tu corazón en la cima. 

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