miércoles, 4 de junio de 2014

Estos inventos...

Dios mío, tengo un problema. Tengo un problema muy gordo, o eso creo. Resulta que tengo móvil nuevo, que ya era hora porque el otro estaba viejísimo y se me caía a pedazos. Bueno, eso, que resulta que mi móvil nuevo tiene una lucecita que se enciende cada vez que me mandan un whatsapp. Brilla y así sé que alguien me ha escrito. La cuestión es que yo la veo encenderse muy a menudo y muchas de esas veces… ¡Resulta que me la imagino! Vamos, que la veo brillar cuando en realidad no brilla.




Odio los móviles. De verdad, los odio con toda mi alma. Ojalá no existieran, y lo digo en serio. Podría decir que mi móvil es el objeto con el que más tiempo paso a lo largo del día. ¡Que siempre lo tengo encima! Y no es que no pueda vivir sin él. Que no, que puedo perfectamente, ya lo he probado. Si no lo tengo conmigo puedo estar semanas enteras sin acordarme de él y no tengo ningún problema. Sin embargo, si lo tengo… Si lo tengo es diferente y tengo la necesidad de mirarlo a todas horas.

Venga, en serio, ¿qué necesidad había de crear whatsapp?, ¿para qué?, ¿para qué tenemos que estar hablando a todas horas con todo el mundo? Total, luego nos encontramos en persona y no sabemos qué decirnos, estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos cara a cara. No entiendo por qué tenemos que saber a todas horas qué está haciendo cualquier persona. Además, las cosas verdaderas luego pierden su valor. Hablar por hablar no tiene sentido y hacerlo a todas horas con determinadas personas deja de ser especial.

Por eso, me declaro firme defensora del cara a cara, de las cosas dichas en persona, del mirar a los ojos. De las sonrisas espontáneas y los comentarios divertidos. De las frases con ironía, las preguntas retóricas y las miradas de complicidad. Me declaro defensora del contacto con la otra persona, de los abrazos y besos en carne y hueso, no por emoticonos. De escuchar más con los oídos y leer un poco menos con los ojos. Firme defensora, sin duda, de que las relaciones personales sean, como su nombre indica, en persona.




La cuestión es que, cuando las cosas se usan demasiado pierden su valor y nosotros empezamos a perder el valor de muchas cosas. Perdemos el valor del saber estar. Saber estar ahí, no detrás de una pantalla. Perdemos el valor de las palabras, porque usamos demasiadas. Perdemos el valor de las conversaciones, el valor de las miradas y las sonrisas. Con esto del whatsapp ganamos comodidades pero perdemos otras muchas cosas y a mí, de verdad, que ya me está empezando a cansar.


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