Por fin. Parecía que no iba a llegar nunca
pero por fin lo ha hecho. Hoy ya puedo afirmar que he terminado todos mis
exámenes y comienza mi verano. He de decir que cuanto más se iba acercando más
lento pasaba el tiempo y parecía que más lejos estaba. Esta semana, de hecho,
si me hubieran dicho que los días en vez de avanzar hacia delante iban hacia
atrás me lo hubiese creído. Llevo quince días haciendo cuenta atrás, tachando
el calendario y contando cada segundo que me quedaba para que llegara hoy y,
por fin, ha llegado.
En realidad creo que lo que más valioso hace
el verano no son los días que vienen por delante sino los que he dejado atrás.
No es que estos meses sin hacer nada se me presenten tan prometedores sino que
ya he terminado los largos días de estudio, noches cortas, estrés pre-exámenes
y todo lo que eso conlleva. Por eso, cualquier cosa que venga ahora, sea como
sea y lo que sea, es bien recibida.
Pero aún así, he de decir que el verano tiene
algo, algo que lo hace especial. Aunque haya que trabajar, aunque haya asignaturas
para recuperar o excesivo tiempo libre. Aunque no te vayas a ir a ningún lado, a
pesar de que en tu ciudad llueva cada tres días o que no puedas salir de casa
si no quieres morir derretido, el verano tiene algo que hace que nos guste a
todos y que conforme se va acercando nos vayamos haciendo cada vez más
ilusiones.
No sé si será el hecho de cambiar el armario
y sacar la ropa más ligera, los colores alegres y llamativos, los bañadores y
chancletas. Igual tiene más que ver con las noches frescas e inundadas de
estrellas, las cenas con bocadillos en la calle o las apetecibles barbacoas.
Puede que sean los paseos acompañados de helados, las tardes bajo la sombra de
un árbol o los chapuzones en la piscina aquello que hace el verano especial.
El azul del mar, la brisa, esa mezcla de sal
y arena en el cuerpo, el color moreno de la piel. Las escapadas en bicicleta,
comidas en el campo y baños en el río. Volver a ver a todos los que durante el
año han estado lejos, largas partidas a cartas, a palas de playa, a frontenis
en el frontón del pueblo. Los días largos que en vez de tener veinticuatro
horas parece que tienen veintinueve. Las tormentas y su olor, esas que te
pillan de sopetón y te mojan, de arriba a abajo. Las fiestas de los pueblos,
con sus almuerzos, comidas multitudinarias, toricos de fuego y verbenas. Hacer maletas,
comenzar un viaje, visitar nuevos lugares, conocer mucha gente.
Es el olor, es la sandía, es la cerveza en
una terraza con los amigos. No sé exactamente qué es, supongo que se trata de
una mezcla. Son ese cúmulo de pequeñas cosas que hacen los veranos tan
especiales, que hacen que desde muy pequeños todos estemos esperando su
llegada. Es la palabra verano en sí que nos emociona, que nos hace sonreír, que
nos provoca ilusiones y nos invita a hacer muchos planes. El verano es esa
época del año en la que por alguna razón todos somos un poco más felices y yo
tengo la suerte de decir que hoy, por fin, empieza el mío.
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