miércoles, 5 de febrero de 2014

Aquellas pequeñas cosas






“Son aquellas pequeñas cosas, 
que nos dejó un tiempo de rosas…”
(Serrat)










Creo que me gustaría ser como Ted, ese de la serie de “Cómo conocí a vuestra madre”, el que es capaz de contar detalle a detalle toda la historia de cómo conoció a su mujer. Sin embargo, no tengo tanta suerte y mi memoria no da para tanto. Hay veces que me obligo a recordar cosas simplemente por el hecho de que no me puedo permitir olvidarlas. Me da rabia olvidar cosas. Creo que los momentos vividos en cierto modo, mientras los recordamos, siguen existiendo pero una vez olvidados desaparecen del todo. 

Es curioso que haya olvidado lo que hice hace dos semanas pero que sea capaz de recordar enteras conversaciones que tuve con determinadas personas hace meses o incluso años. También me pasa que, gracias a mis recuerdos, me doy cuenta de las cosas que para mí merecen la pena. Hay lugares o personas de las que recuerdo muchas cosas y que cuando lo hago me sacan una sonrisa. Hay otras en las que casi ni pienso, ni se me pasan por la cabeza. Aún así, generalmente me gusta mucho recordar. Creo que es uno de mis pasatiempos favoritos.  

Hoy estaba haciendo limpieza de mi habitación y me he encontrado un pequeño sobre rosa al fondo de un cajón que tengo llenísimo. Tan lleno que ni sé lo que hay dentro. No recordaba haber visto nunca ese sobre, no sabía qué hacía ahí. Al cogerlo me he dado cuenta de que tenía un dibujo de Mafalda por fuera. Cuando yo era pequeña me encantaba Mafalda. Me leí todos sus libros cientos de veces. Aún sin saber qué había dentro el sobre me ha gustado, era muy pequeño y bonito, la típica cosa que alguien que me conoce bien debía saber que me iba a gustar. Lo he abierto, tenía una pequeña nota, escrita hace ya bastantes años. Era de mis abuelos, un regalo de cumpleaños, decía “Muchas felicidades te desean los abuelos María y Marcelino”.





De vez en cuando me gusta recordar a mis abuelos. No quiero olvidarme de ellos. De cómo hablaban, cómo se reían, de su olor o de dónde se sentaban. Siempre lo hacían en el mismo sitio. Mi abuela en una silla al lado de la ventana, mi abuelo en el sofá. No quiero olvidarme de ellos porque en sus últimos años eran ellos quienes sin querer se olvidaban de mí. De quién era, de dónde vivía o de cuándo era mi cumpleaños. Parece ser que el año que me escribieron esa nota todavía lo recordaban. Posiblemente me regalaran algo más con ella, quizás ropa, una muñeca o algo de dinero. Igual en ese momento el regalo me hizo más ilusión, quién sabe, pero ahora sé que mis abuelos dedicaron un pequeño momento de su día a darme un detalle. Un detalle con mucho cariño. Ahora tengo claro que voy a guardar esa nota como un tesoro y que no la cambiaría ni por algo de ropa, por una muñeca o por dinero.

La verdad, para qué nos vamos a engañar, Serrat tenía razón. Las verdaderas cosas, las que realmente importan, esas que aún nos hacen reír años después o que nos siguen sacando lágrimas, cómo me ha pasado hoy a mí, son las pequeñas. Las más simples y sencillas. A veces no merece la pena dedicar grandes esfuerzos a grandes cosas, a veces es más importante trabajarse mejor las más pequeñas. 





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