Cambiar.
Cambiar que no siempre es malo. A
veces oigo un “has cambiado”. Venga ya, claro que he cambiado. Me ha crecido el
pelo y me ha subido (aún más) la miopía. He cambiado de trabajo, he cambiado de
ciudad. Se me han roto unas zapatillas, las he tirado y me he comprado otras. He
cambiado de coche, porque el otro me dejó tirada demasiadas veces. Y ahora
cambio mi forma de escribir. A mejor o a peor. Pero cambio, porque sino no avanzo.
Y paso de quedarme estancada.
Es domingo y aún me quedan cinco
horas de viaje en coche. Decir adiós en casa y bajar a donde toca estar ahora
o, por lo menos, este año.
El jueves pasado me llamó la
casera, que dice que tiene el piso en venta y que hay unos señores que quieren
verlo. Casi se me cae el mundo a los pies. Dios mío, que tienen que ver el
piso. Y yo tengo sábanas colgadas por las escaleras para ver si se secan. Los baños
he de aceptar que me da mucha pereza limpiarlos y ya debería ponerme a hacerlo.
La ropa sucia de ayer en el suelo y realmente ¿cuánto hace que no quito el
polvo?
Pero esos señores quieren ver el
piso, mi casera quiere venderlo y la de la inmobiliaria pregunta que cuando me
viene mejor enseñarlo. Pues nunca. Pero ya si eso la semana que viene. Que para
que esto parezca más una casa hace falta más de una tarde.
Y yo que siempre me he considerado
una maniática del orden y la limpieza… Já. Hasta que la que tiene que poner
orden eres tú y la que tiene que limpiar todo eres tú. Fíjate que ya mis manías
han empezado a desaparecer y yo soy más flexible.
Así que nada, es domingo y me
planteo la semana. Lo primero limpiar y ordenar la casa, para que los señores
puedan verla. Lo segundo hacer la compra, que el viernes el frigorífico estaba
vacío y no me apetece tirar otra semana más de lo que encuentre por los armarios.
Creo que voy a cambiar el orden, de
hecho, primero llenar el estómago y luego ordenar la casa.
Entre compras y limpiezas me
asomaré a escribir. Escribir de esta manera es más fácil, menos profundo y más
directo.
¿Veis cómo cambiar a veces ayuda?
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