Le miro la cara y lo veo, tiene miedo. Sonríe
pero se le nota en los ojos, que no le acompañan. Lo tengo seguro, siente miedo.
Tiene miedo a que las cosas se tuerzan, miedo a que todo cambie. Miedo a que,
en algún momento, las cosas buenas dejen de ir tan bien. Miedo a sentir que ya
no es ella quien controla su vida, sino que ésta pende de millones de hilos,
hilos que otros controlan. Miedo a entregarse a los demás al cien por cien y
que los otros no le respondan. Miedo a dar todo lo que tiene y que nadie le dé
nada de vuelta.
Tiene miedo a sentirse vulnerable, a sentirse
pequeña. Tiene miedo a sufrir, miedo a que le hagan daño, miedo a que le dejen
herida, miedo a quedarse sola. Siente miedo al pensar que aquello donde ha ido
poniendo todo su trabajo y esfuerzo algún día pueda desaparecer. Miedo a
apostar todo al mismo número. Y miedo a perderlo.
Tiene tanto miedo que ya ni siquiera lo
disfruta y, aquello que debería hacerle feliz, no le da más que quebraderos de
cabeza. Se ha olvidado de que ya tiene todo lo que quería, de que ya lo ha
conseguido y, ahora, en vez de aprovecharlo, se siente desprotegida. Es insegura,
es nerviosa y es muy miedosa. Le falta confianza y le rodea un mar de dudas.
No sé cómo decirle que debe cambiar. No sé
cómo hacerle entender que la vida es eso. Arriesgarse, luchar, soñar y, a veces
también, perder. Que las grandes cosas vienen de los saltos al vacío, que a
veces hay que andar por el borde del precipicio y que el vértigo nunca es una
opción. Que para conseguir grandes cosas hay que apostarlo todo, que las cosas
nunca se hacen a medias. Que confíe, que sonría, que nunca se olvide de vivir.
“Pequeña de las dudas infinitas…”
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