Acostumbrarse a vivir lejos de
casa.
Nunca creí que fuera a decirlo,
pero sí. Acostumbrarse a ser más independiente, a conocer gente nueva, a viajar
un poquito más, a recorrer kilómetros, a llamadas por teléfono y a findes que
se aprovechan como si fueran meses.
A amigas que siguen ahí aunque no
las veas, a reencuentros esperados, a muchos menos planes, pero a planes más
especiales. Acostumbrarse a tener que poner un punto medio y así juntarnos
todos en Madrid, aunque hayamos tenido que viajar desde Toledo, Salamanca,
Segovia o incluso Pamplona.
A conocer una nueva ciudad como
si se tratara de la tuya, a descubrir bares, parques, tiendas y rincones. Acostumbrarse
a ver gente nueva, otras caras. A que te pregunten de donde eres, porque se te
nota en el acento. A hablar de tu ciudad como nunca habías hablado antes. Acostumbrarse
a tener dos casas, a echar de menos ropa cuando estás aquí, porque se te había
olvidado que la tenías ahí.
Acostumbrarse a juntarte con las
de siempre, pero en sitios nuevos. A conocer sus ciudades, sus nuevas
compañías, sus segundas casas. A seguir hablando como si nada hubiera cambiado,
aunque ahora todo sea distinto. A recordar tu ciudad cada vez que vives lejos y
a contar cosas sobre tu nuevo destino cuando por fin has vuelto a casa.
A hacerte tu vida en un sitio
nuevo, a encajar como siempre lo habías hecho, a crear una nueva rutina. Acostumbrarte
a que tienes también vida aquí, aunque siempre sea más especial la que has
dejado ahí.
A seguir haciendo planes, a
continuar creciendo, a ser feliz allá donde estés. Acostumbrarse a disfrutar de
todo lo nuevo.
Acostumbrarse…
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