Septiembre comenzado, rutina establecida y curso
retomado. Todo es, otra vez, como siempre, y el día a día vuelve a normalizarse.
Ya he vuelto a mis tardes de biblioteca que, acompañadas de amigas, se hacen
mucho más llevaderas. Hoy la compañía ha sido la de mi amiga Maite y una de las
primeras cosas que ha hecho, cuando me ha visto, ha sido preguntarme cuándo pensaba
subir otra entrada al blog. Yo, como siempre, le he contestado que cuando me
llegue la inspiración. Sin embargo, esto no es del todo verdad. Inspiración tengo,
escribir escribo, pero subir… subir no subo, no tanto como antes, y creo que,
dándole vueltas, he encontrado la razón.
Antes escribía lo que me venía a la cabeza en
cada momento y, después de leerlo un par de veces, lo subía. Ahora no lo subo
porque no me convence, porque me pregunto si le gustará a alguien, si alguien
se sentirá reflejado, si la gente se aburrirá leyéndolo, si será peor que mis
entradas anteriores… He dejado de usar el blog para poner lo que a mí me
apetece en cada momento, lo que siento, y he empezado a utilizarlo para poner
lo que a otros les gustaría leer, lo que otros esperan encontrar… Y, claro, así
no se puede.
A veces me pregunto cómo cambiarían todas las
cosas, si decidiera hacerlas en función de lo que yo quiero, y no de lo que
otros esperan. No sé si tiene que ver con querer contentar a los demás, con querer
cumplir sus expectativas, con gustarles o con caerles mejor. La cuestión es que
vivo concentrada en qué pensará la gente si hago una cosa u otra, en qué
opinarán, en cuánto les gustaré y, al final, acabo olvidándome de mí.
Me olvido de lo que yo quiero, de lo que a mí
me gusta. Me olvido de que no importa quién lea mi blog o quién deje de leerlo,
si se siente reflejado o no. A veces se me olvida que lo importante en esta
vida no es qué piensen los demás. Se me olvida que esto no es una carrera por
encajar mejor o gustar más, que lo importante es ser uno mismo.
Por eso en ocasiones me dan ganas de irme
allá donde nadie me conozca, donde nadie espere grandes cosas de mí, donde
nadie esté pendiente de qué hago o qué dejo de hacer. Sería todo más fácil si
las decisiones que tengo que tomar, sólo fueran cosa mía y si los caminos que
decido ir siguiendo, sólo dependieran de mí. Aún así, creo que la verdadera
valentía no está en escapar, sino en ser uno mismo allá donde toque estar. Por
eso, día tras día, no pienso dejar de recordarme que no importa qué digan los
demás, lo único importante es cómo quiero ser yo, con quién quiero estar y a
dónde quiero llegar.
El camino es largo y siempre es mejor hacerlo
con otras personas, pero con personas que nos acompañen, no personas que nos
lleven. Es importante dejarse aconsejar,
pensar en los demás y saber escuchar, pero nunca olvidando que, las verdaderas
decisiones, es la propia persona quien las toma. Aprender a ser uno mismo es un
gran paso y, sin duda, uno de los primeros si queremos ser verdaderamente
felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario